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  • Foto del escritorLeo Dorta - Borealis

La solidaridad: llave del éxito profesional y social

«El propósito de la libertad es crearla para otros» Nelson Mandela


A lo largo de las últimas décadas y en esta parte del mundo, el individualismo ha ido ganado terreno, instaurándose sólidamente en la sociedad actual. Nos hemos convertido en seres especialmente egocéntricos. Educamos en la competitividad, trabajamos duro para que nuestros hijos sean los mejores en cualquier cosa. Les instruimos en el éxito individual y en soledad. Proyectamos nuestro desarrollo profesional desde el logro de metas personales y nos relacionamos con el entorno mostrando nuestras vidas “idílicas” a través de la ventana filtrada de las redes sociales.


Cuando pensamos en lo que queremos hacer o cómo deseamos hacerlo, tendemos a sopesar los beneficios o perjuicios propios. ¿Qué voy a ganar o perder si me atrevo? Eso es lo que importa. Puede ser que incluya al núcleo familiar más reducido en mis pensamientos, pero no nos engañemos, esta es simplemente otra forma egocentrismo.


En épocas complejas como las que estamos viviendo, se hace habitual encontrar verdaderas muestras de generosidad por parte de grandes empresas, que ofrecen donaciones millonarias destinadas a parchear las carencias de la sociedad o la lucha contra el cambio climático. En cambio, estas mismas organizaciones cuentan con fabricas y trabajadores/as en países con mano de obra barata, en lugar de potenciar la elaboración nacional, con las correspondientes cotizaciones e impuestos que harían innecesaria su limosna. Si preguntamos sobre las razones de esta operativa, que además supone un impacto medio ambiental sustancioso, esta es la respuesta que obtenemos: «es normal que un empresario, una empresaria busque su propio beneficio».


¿Normal?


Resulta curioso que cuando decimos «es normal» una buena cantidad de veces a lo largo del tiempo, automáticamente lo damos por hecho y lo incorporamos en la lista de aspectos que aceptamos sin más cuestionamiento. Vamos a darle alguna vuelta a esto. Si buscamos la palabra “normal” en el diccionario, encontramos tres acepciones que pueden arrojar luz sobre el asunto que nos ocupa: 1. adj. Dicho de una cosa: Que se halla en su estado natural. 2. adj. Habitual u ordinario. 3. adj. Que sirve de norma o regla.


Las definiciones dos y tres hacen referencia a lo comentado con anterioridad, tienen que ver con la repetición y la incorporación a las normas sociales. En cambio, la primera definición habla del estado natural de las cosas y esto nos lleva a la siguiente pregunta: ¿es natural que un ser humano actúe basándose exclusivamente en su propio interés?


Los seres humanos ¿somos egoístas o generosos por naturaleza?


Si observamos a nuestro alrededor y descartamos a nuestros seres queridos y a los que son generosos regalando parte de lo que por omisión robaron, pudiera parecer que la sociedad es más egoísta y egocéntrica que generosa. Pero la pregunta, más allá de lo que hacemos, tiene que ver con la naturaleza de nuestras intenciones.


Y es aquí donde llega la sorpresa ¡somos seres genéticamente justos y altruistas! Son diversos los estudios y experimentos actuales (véase J. Sommerville, profesora de la psicología de la Universidad de Washington o el profesor A. Knafo del Departamento de Psicología de la Universidad Hebrea de Jerusalén) que demuestran que la capacidad de la generosidad es un comportamiento que forma parte de nuestra biología.


Es decir, que lo normal es que tengamos en cuenta cómo nuestras acciones, reacciones o decisiones afectan a los demás antes de acometerlas. Más allá de que también consideremos nuestros intereses, el ser humano cuenta con una tendencia natural a la búsqueda del bien común.


En el post anterior hicimos una reflexión sobre la felicidad y sobre cómo, de alguna manera, somos felices cuando aceptamos lo que somos y experimentamos la vida desde esa realidad. Pues bien, si en realidad somos solidarios pero vivimos desde el egoísmo, quizás sea normal que nos cueste encontrar espacios amplios de verdadera dicha.





Ubuntu: el bien común es el bien propio


Cuenta la historia que un antropólogo inmerso en el estudio de la cultura en una tribu de África del sur propuso un juego a los más pequeños del lugar. Consiguió una cesta de frutas y dulces que trajo de la ciudad más cercana y la colocó bajo un árbol. Reunió a los niños y les dijo que aquél que llegara corriendo primero al árbol tendría como regalo la cesta con todo su contenido.


Cuando el antropólogo dio la señal, los niños sin dudar se tomaron de las manos y corrieron juntos. Entonces todos se sentaron y repartieron los dulces y disfrutaron de las frutas. Cuando él les pregunto por qué fueron unidos, si uno solo podía haber ganado todo el premio, ellos respondieron: ¡Ubuntu! ¡Ubuntu! Uno de nosotros no podría estar feliz, si todos los demás están tristes.


Ubuntu es parte de la filosofía sudafricana, basada en la lealtad con las personas y en la consciencia de que se es con el otro. Esta norma ética condiciona la manera de relacionarse en un país reconstituido después de 27 años de cautiverio donde la división, el odio y el resentimiento estaban muy presentes. La palabra proviene de las lenguas Zulú y Xhosa. Surge del dicho popular «Umuntu, nigumuntu, nagumuntu» que en Zulú significa «una persona es una persona a causa de los demás».


En 1990 Nelson Mandela inicia una nueva etapa en Sudáfrica con la filosofía ubuntu como bandera del proceso de transformación basado en el perdón y la empatía. Desmond Tutu, entonces presidente de la Comisión para la verdad y la reconciliación, definió este concepto de la siguiente manera: «Una persona con ubuntu es abierta y está disponible para las demás, respalda a las demás, no se siente amenazada cuando otras son capaces y son buenas en algo, porque está segura de sí misma ya que sabe que pertenece a una gran totalidad, que se decrece cuando otras personas son humilladas o menospreciadas, cuando otros son torturados u oprimidos»


¿Cómo incluir la filosofía Ubuntu en mi vida?


En los tiempos que corren, puede resultar extremadamente beneficioso poner en práctica esta forma de relación basada en incluir en las decisiones personales, la repercusión que tendrá en nuestro entorno. Por supuesto que no se trata de descuidarnos o negarnos la posibilidad de obtener beneficios con nuestro esfuerzo. Se trata de incorporar la consciencia del impacto de lo que hacemos más allá de nosotros mismos, de nosotras mismas.


Para comenzar a integrar este concepto en nuestra vida basta con realizar pequeñas acciones de forma estable. Cabe recordar que los actos sencillos resultan poco visibles, pero sin ellos no serían posibles las grandes transformaciones, ya que de la suma de lo insignificante nace lo extraordinario. A continuación compartimos un vídeo con ejemplos que dan buena cuenta del poder de lo poco.




El simple acto de plantearnos la siguiente cuestión antes de tomar una decisión en nuestras vidas, supone un importante paso hacia el logro de una familia, empresa y, en definitiva, sociedad más solidaria, colaborativa, que apuesta por la unión y la honradez como herramientas esenciales para la reconstrucción de un mundo más justo y sano. La pregunta que te proponemos para comenzar a dar los primeros pasos es la siguiente: «Además de a mí, ¿mis actos mejoran también a los demás?» O dicho de otra manera, «¿qué riqueza social estoy generando con lo que hago?»


Igual que la Sudáfrica de los años noventa, hoy contamos con la responsabilidad de replantear aquello que ha sido desatendido, de afrontar de otra manera las relaciones humanas, el liderazgo, el trabajo y la vida en general . A partir de esa libertad contamos con la posibilidad de elegir cómo queremos hacerlo: desde la confrontación, el dramatismo, el rechazo y el egocentrismo o desde la filosofía Ubuntu: la unión, el trabajo colaborativo, la generosidad y teniendo en cuenta cómo mis actos mejoran a las personas que me rodean.



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